Desde que el hombre flotó en el mar con el primer madero, se han escuchado historias tenebrosas de barcos fantasmagóricos apareciendo entre la niebla, cuyo destino era atormentar a los marineros que osaban enfrentarse al mar.
Podemos encontrar en las distintas culturas muestras de este mito con los más variopintos orígenes o terribles maldiciones, pero con el nexo común del desafío del hombre a los distintos dioses y misterios del profundo mar.
Probablemente en la civilización occidental que nos afecta, el mito más popular es el de un barco de aspecto tenebroso que vaga entre la niebla y la tormenta sin tripulación o repleto de fantasmas, preparado para enrolar por la fuerza a los marineros incautos o desafiantes.
Según la época o en qué país se cuenta, algunos defienden que este mito proviene de la historia del marino Bernard Fokke, que fue capaz de viajar de Batavia (Yakarta) hasta los países Bajos en tan solo 90 días ayudado por el diablo. Otros lo atribuyen al navegante portugués Bartolomeu Días, descubridor del cabo de Buena Esperanza. Incluso hay quien indica que proviene de la mitología escandinava, en la que el vikingo Stote robó un anillo a los dioses, siendo castigado dejando su esqueleto, cubierto con un manto de fuego, sentado en el palo mayor de una nave negra y fantasmal que aparece las noches más oscuras.
La versión más conocida en Europa, gracias también a películas, óperas y literatura, habla del “Holandés errante” (También “The Flying Dutchman”) un barco fantasma que se relaciona con un ambicioso capitán, Hendrik Van der Decken que, tentado por el demonio, desafió al mismo Dios en plena tormenta, atándose al timón y gritando cantos sacrílegos. Una figura divina convirtió entonces a la tripulación en espectros y los condeno a navegar eternamente entre tormentas y tempestades, provocando la muerte de todos aquellos que vieran el barco.
Ante la próxima silueta de otro barco que veamos entre la niebla y la tormenta, ¿No sería mejor comprobar que aparece también en la pantalla de nuestro radar?
*Por R. Masabeu
